LA SIRENA VARADA es el nombre que recoge mis creaciones. En este blog les doy cobijo, exposición y difusión. A todo aquel que lo visite, sólo desear que lo disfrute.

miércoles, 7 de julio de 2021

ESCRIBIENDO

En el I Concurso de Relato Corto 2020 "Aracena y sus aldeas", me concedieron el primer premio por mi relato "El relato de los árboles".
Aquí lo comparto con vosotr@s. ¡Que disfrutéis!

                                                                                                                                                                               EL RELATO DE LOS ÁRBOLES
Almudena Ruiz Moreno

Mi padre y mi madre recibieron mi nacimiento como una bendición; la casa se llenó de alegría y de gozo. Después de años de intentos fallidos, por fin llegó la ansiada descendencia. Pero mis problemas de salud, en el corazón y en los pulmones, no tardaron en manifestarse y en poco tiempo pasé a ser un castigo divino, que ellos, ella, sobretodo mi madre, aceptaban con cristiana disciplina. El júbilo desapareció como un eco y se instaló la gris y permanente rutina.
Mi familia pertenece a la burguesía de Sevilla y disfruta de una posición acomodada; esto permitió que nunca me faltara de nada, bueno, no me faltaron atenciones desmedidas desde un sentimiento del deber más que desde un apego filial. Tuve los mejores tutores para mi aprendizaje, vestidos, comida, los mejores médicos… Por todo ello no podía quejarme y realmente estoy agradecida. Pero la casa para mí era una cárcel de oro. Y amor, lo que se dice amor… Desde muy niña asumí la culpa de la desgracia que acompañaba a mi nombre; Lorena es débil, Lorena no puede, pobre Lorena. Asumí mi no existencia y vivía el transcurrir de los días con una apática obediencia. Era una presencia vacía.
A todo esto habría que sumar un desafortunado episodio que ensombreció aún más sus vidas, si cabe. Un despiste, un error ante tanta pulcritud de movimientos que hizo, que hoy, esté aquí, desde donde escribo.
Hace un mes, justo el día de mi cumpleaños, contraje la tuberculosis. Como cumplía quince años y ya era una mujercita, mi madre quiso que fuera un día algo especial e invitó a merendar a su hermana, mi tía Petra. Y sí, fue un día especial. Mi tía es una mujer extrovertida, extravagante, hiperbólica; pasé una tarde muy divertida escuchando sus exageradas historias. Lo que aún no sabía mi tía, ni mi madre, ni yo, es que un obrero que estaba haciendo reformas en su casa tenía tisis y que era la causa de que ella estuviese teniendo episodios de fiebre y tos; se había contagiado. Fue tan cariñosa conmigo y estuvimos tan cerca que no tardé ni dos días en manifestar los síntomas.
¡Pobre mamá, tener que soportar el peso de haber bajado la guardia!
Mi médico nos mandó un fuerte tratamiento. Mi tía se recupera, pero yo no. Así que cuando me puse un poco mejor, mi padre decidió traerme aquí, al sanatorio Ntra. Sra del Carmen de Aracena. Él había oído entre sus círculos de amistad que en Aracena, un pueblo de la sierra en la provincia de Huelva, había un sanatorio donde trataban la enfermedad con paseos de aire limpio y reposo y que, al parecer, estaba dando buenos resultados. La idea les llenó de esperanza y procuraron por todos los medios que su hija tuviese una plaza en ese lugar. Además, como está cerca y no es un viaje demasiado incómodo, podrían venir alguna vez a visitarme.
El día antes de mi traslado pasé miedo, mucho miedo. Nunca había salido de mi casa y pensar en instalarme en un sanatorio para tuberculosos rodeada de gente enferma, no era una imagen muy alentadora. Luego pensé, ¡pues igual que tú, Lorena! Poco a poco me fui calmando y había algo de ilusión dentro de mí al creer que de alguna manera dejaría de ser insignificante.
Cuando llegué al sanatorio ya era de noche. Me recibió una enfermera que me acompañó a mi habitación y me dijo que el desayuno era a las siete y media y que después tendría un encuentro con el médico que seguiría mi caso. Cerro la puerta y sin más, allí me quedé. Se apagaron las luces. Esa noche lloré.
A las siete ya estaban tocando diana. En el desayuno me presentaron a los demás internos, saludé tímidamente. ¿Qué podría hacer?, apenas tenía habilidades sociales. Aún estaba oscuro y todavía no pude apreciar cómo era el lugar. Estuve con el doctor, me explicaron las normas y me dieron el horario. Pude comprobar que tendría mucho tiempo libre, tendría que decidir en qué invertirlo. Tenemos cinco curas de aire al día y entre cura y cura comemos, a las nueve tengo que estar acostada, así todos los días.
Después de las explicaciones me llevaron a una terraza grande donde empezaría mi primera cura. Todavía no había salido al exterior y cuando me vi ante la inmensidad de la sierra, las montañas se extendían en un horizonte profundo; ante los brillantes colores de una luminosa mañana de otoño; al respirar el aire frio y limpio lleno de olores nuevos para mí, el alma se me llenó de embriaguez y sentí que acababa de nacer. Después de ese instante de felicidad me desmayé y pasé el resto del día en mi habitación aturdida pero llena de alegría, sabía que al día siguiente empezaría mi vida.
El sanatorio es un edificio muy geométrico, con muchas ventanas. Situado en la ladera de un monte
con un castillo, una antigua fortaleza, alrededor del que se extiende Aracena. Debajo del monte hay una gruta, la llaman la gruta de las maravillas. Al parecer la descubrieron a finales del siglo pasado y hace unos treinta años que se puede visitar. Por su nombre tiene que ser preciosa. Yo aún no la he visitado y no sé si nos llevarán alguna vez. Por lo que he escuchado no a toda la gente del pueblo le gusta que estemos aquí; tienen miedo a que nuestra presencia afecte a la creciente economía por la actividad turística. No sé por qué si no salimos del sanatorio y su entorno.
La preocupación por que podamos espantar a los turistas crea en el centro un mayor sentimiento de vergüenza. Hay internos que sentirse estigmatizados, encerrados, y no saber cuándo podrán irse, ni si se irán, les ahoga y se sienten prisioneros de una cárcel. Y aunque nos apoyamos entre todos y somos como una familia, muchos tienen días de una profunda tristeza. Yo no comparto esos sentimientos porque la verdad es que no me he sentido nunca tan viva, aún así…
Realmente de lo que yo quiero hablar es de los árboles. Ellos han llenado de significado a mi vida, aún así, sé que voy a morir. Mi corazón y mis pulmones no son lo suficientemente fuertes para combatir la tuberculosis. Siento como cada día estoy peor. Me cuesta mucho respirar, cada estornudo es más doloroso que el anterior como si una mano gigante apretase fuerte mi pequeña caja torácica y la sangre cada vez es más abundante. Aprovecho los momentos de tregua que me da la fiebre para escribir este relato.
Tuve una amiga, Clara. Una muchachina, como dicen aquí, dos años mayor que yo, dicharachera y
divertida. Pasábamos todo el día juntas y ella me fue introduciendo en la sociedad del sanatorio. Hablábamos, bueno, ella hablaba todo el rato y nos reíamos mucho. Todo lo que se nos ocurría que podíamos hacer, lo hacíamos. Pero a la semana de haber llegado yo aquí, Clara volvió a su casa. Sí, fue una amistad que duró poco. Pero todos los días con ella eran una novedad y un descubrimiento. El día que se fue Clara sentí un gran vacío.
Después de su partida me dediqué a recorrer todos los rincones donde nos gustaba estar. Una tarde, y este es el momento al que quería llegar, paseando por el jardín del sanatorio, situado en una pequeña parte de la ladera del monte del castillo, subí a la parte más alta y me senté en un banco que había junto a un inmenso árbol. El atardecer era precioso, el cielo se teñía de colores cada vez más rojizos. Allí, en silencio y ante tanta belleza, fui consciente del sentimiento de la pérdida. Aquí vivimos diariamente con ese miedo. Te levantas y cualquiera de nosotros se puede marchar o puede morir. Por eso cada desayuno es como un momento de reconocimiento, si estamos todos, entonces te sientes afortunada. Pensé en mis padres y comprendí que desde que nací llevan poniéndose una coraza contra ese miedo que me ha impedido ver y sentir cuanto me quieren realmente. Mi cuerpo se llenó de amor. De repente empecé a escuchar a los insectos, a la hierba, los matorrales, a ellos, los árboles. Todo vibraba a mi alrededor y me sentí parte de algo inmenso. No estaba sola, ¡hay tanta vida a nuestro lado que pasa de forma imperceptible! Claro, vivimos entre tanto ruido y ajenos a la naturaleza que nos impide sentirnos parte de ella entonces actuamos como si no existiese. Es muy triste. Antes de venir al sanatorio el único contacto que había tenido con la naturaleza era el de los muebles de madera de mi casa.
Me fijé en los árboles. Aparentemente no se desplazan, físicamente creemos que no se mueven y que ocupan un espacio reducido pero sus raíces se alargan debajo de la tierra de manera infinita, sus ramas crecen por encima de cualquier edificio, sus semillas vuelan y viajan. Entre rocas y muros brota la vida y nos sorprende porque es mágico. Pensé en su longevidad y como a lo largo de los años de generaciones nuestras se adaptan y tienen sus propias estrategias de supervivencia. De manera desapercibida para nosotros se transforman y transmiten su herencia, la filosofía de vida que hay en cada uno de ellos. Ahora sé que hablan y ven. Si aprendes a escucharlos puedes llegar a entender su lenguaje. Seguro que en la transmisión de esa información de alguna manera también hablan de nosotros. Puede que digan cosas de las que nos sintamos orgullosos pero muchas otras nos avergonzarían.
Desde esa tarde decidí que cada día iba a dar algo de mí a todo el mundo. Era algo que me había estado negado porque yo misma crecí sin darme permiso para ser. Aprendí que la enfermedad no me define ni es lo que soy. Siempre he ocupado poco espacio y he vivido en lugares reducidos, acotados; pero ahora sé que mis raíces pueden llegar lejos. Contar esta revelación ha llenado a mi corta e inexperta vida de sentido.
Si tuviera tiempo me dedicaría en cuerpo y alma para hacer grandes cosas por los árboles pero como no lo tengo, aunque pueda resultar ingenuo, quiero dejar este texto como legado.
Mañana vienen a verme mi padre y mi madre, ahora sólo deseo sobrevivir a esta noche para darles las gracias y decirles cuanto los quiero y lo feliz que he podido llegar a ser.
Me sube la fiebre y estoy cansada, voy a dejarlo por hoy...